a 60 de los '60
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A 60 de los '60
La década inabarcable
Rodrigo Alonso
Probablemente no exista otra década tan pródiga para el arte argentino como la de 1960. A la gran cantidad de artistas y agrupaciones que la protagonizaron se sumó un pujante circuito de galerías e instituciones que fortalecieron las prácticas más innovadoras brindándoles soporte y visibilidad. Esta sinergia dio lugar a un fenómeno único que se ha transformado en un referente para las generaciones posteriores. Todavía hoy observamos con admiración el producto de esos años que han dejado una marca indeleble en la historia del arte argentino.
Alberto Guidici ha caracterizado a este decenio como “la década larga” ampliándolo a unos quince años: desde 1958, con la asunción de Arturo Frondizi como presidente de la nación y la implementación de las políticas desarrollistas, hasta 1973, cuando Héctor José Cámpora asumió ese cargo tras el interregno militar de la Revolución Argentina. Quizás sea excesiva esa ampliación a los efectos de este ensayo, pero está claro que la década del sesenta no comienza necesariamente el primer día de enero de ese año.
Podría decirse que se inicia poco antes, cuando un grupo de jóvenes artistas – Enrique Barilari, Alberto Greco, Kenneth Kemble, Olga López, Fernando Maza, Mario Pucciarelli, Towas y Luis Alberto Wells – dan vida al Movimiento informalista (1959). Esta agrupación se alejó de la abstracción geométrica común en esos momentos mediante una pintura que hacía hincapié en la espontaneidad, la gestualidad y la materia plástica. Aunque duró muy poco tiempo, introdujo un espíritu de ruptura en el arte argentino que se iba a propagar muy rápidamente. Su segunda – y última – exposición fue organizada por el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (MAMBA), una institución de creación reciente que todavía no disponía de una sede propia,pero que con sus auspicios fue marcando el pulso del arte más innovador.El director de este espacio, Rafael Squirru, también había participado en la formación del Grupo Espartaco (1959) – Ricardo Carpani, Juana Elena Diz, Juan Manuel Sánchez, Claudio Antonio Piedras, Mario Mollari, Carlos Sessano, Esperilio Bute – un colectivo orientado hacia el arte político.
En 1960, el MAMBA promovió la exposición Arte generativo (Galería Peuser), en la cual Eduardo Mac Entyre y Miguel Ángel Vidal presentaron en sociedad el movimiento que habían creado el año anterior con la colaboración del coleccionista Ignacio Pirovano. Su trabajo se orientaba hacia la investigación en el terreno del arte óptico y fue paralelo al llevado adelante en París por Julio Le Parc, Horacio García Rossi y Hugo Demarco – en el marco del Groupe de Recherched’ArtVisuel (GRAV) – y por Martha Boto y Gregorio Vardánega – de manera independiente – que desembocaría en diferentes formas del arte cinético.
En agosto de 1961, la Galería Peuser cobijó la exposición Otra figuración, conformada por obras de Luis Felipe Noé, Jorge de la Vega, Ernesto Deira, Rómulo Macció, Carolina Muchnik y Sameer Makarius. El tratamiento gestual, matérico y desenfadado de las figuras sorprendió a un público que creía que la figuración era cosa del pasado y que la abstracción era el lenguaje universal en el cual se consolidaba el proyecto moderno. Ese mismo año inauguró Berni en el tema de Juanito Laguna (Galería Witcomb), una exposición sorprendente y ambiciosa que ponía de manifiesto hasta qué punto la figuración contaba con autores insoslayables en nuestro país.
Todo esto,sumado a muchos otros acontecimientos claves del arte local, sucedió antes de la apertura de la sede del Centro de Artes Visuales (CAV) del Instituto Torcuato Di Tella (ITDT) en la calle Florida en 1963. Existe una propensión a reducir el arte argentino de los sesenta a lo acaecido en este espacio; sin embargo, sin desconocer la enorme importancia que éste tuvo para el desarrollo de una producción artística de carácter experimental vinculada a las principales corrientes estéticas del mundo, no se puede ignorar que su florecimiento estuvo vinculado a una escena artística activa e interdependiente, que involucraba a instituciones legitimadoras – como el Museo de Nacional de Bellas Artes, el MAMBA o el Museo de Artes Plásticas Eduardo Sívori – importantes exposiciones y certámenes – como la Bienal Americana de Arte de Córdoba, el Salón Nacional, los Premios Ver y Estimar, los Premios Braque, entre otros – y una miríada de galerías comerciales – Lirolay, Bonino, Van Riel, Rubbers, Witcomb, Peuser, El Taller, por sólo mencionar algunas. Sin este ecosistema tan aceitado y productivo, sin los lazos explícitos o implícitos que unieron a todos estos agentes en la tarea de robustecer la creación local, no estaríamos hablando hoy de un arte argentino de los años sesenta.
El Instituto Torcuato Di Tella fue una caja de resonancia que dio visibilidad a ciertas corrientes plásticas y ciertos autores, principalmente muy jóvenes. Se asociaron con él los desarrollos del pop-art, las estructuras primarias, la geometría neta (del tipo hard-edge), el conceptualismo, algún surrealismo vernáculo, y nombres como Marta Minujin, Lea Lublin, Edgardo Giménez, Delia Cancela, Pablo Mesejean, Dalila Puzzovio, Charlie Squirru, Pablo Suárez, Margarita Paksa, Roberto Jacoby y Oscar Bony, entre muchos otros. Impulsado por la potencia teórica y gestora de Jorge Romero Brest, el ITDT tuvo una actividad rutilante, incansable, con múltiples vínculos con empresarios, coleccionistas y fondos de apoyo extranjeros que aportaron una buena cuota del financiamiento necesario para llevar adelante esta aventura. Por sus salas pasaron importantes artistas internacionales que se veían en la Argentina por primera vez, como Andy Warhol, Jasper Jones, Robert Rauschenberg, Sol Lewitt, Louise Nevelson, Robert Morris, Bridget Riley o Frank Stella, y exposiciones organizadas por insignes instituciones extranjeras como el Museo de Arte Moderno de Nueva York.
No obstante, no todo sucedía en el Di Tella. Artistas claves de este período no pisaron sus salas – por ejemplo, Nicolás García Uriburu, Josefina Robirosa, Miguel Dávila, Germaine Derbecq o Elsa Soibelman. Para algunos fue un sitio consagratorio – como Marta Minujin – pero para otros fue tan sólo un episodio en sus carreras sin mayor relevancia futura – como lo fue para Carlos Silva, quien ganó el Premio Nacional del Instituto Torcuato Di Tella de 1965 pero no tuvo la repercusión que ese galardón suponía. Su vocación por el arte vanguardista, joven y experimental, hizo que muchas veces diera la espalda a un buen número de artistas consagrados de generaciones anteriores, como Raúl Lozza, Enio Iommi, Carmelo Arden Quin, Raquel Forner, Alicia Penalba, María Martorell o Noemí Gerstein, quienes debieron buscar espacios para sus obras en otros sitios; aunque hubo algunas excepciones: Lucio Fontana, Libero Badíi y Gyula Kosice tuvieron muestras retrospectivas en el ITDT antes de su cierre en 1970.
Las galerías de arte fueron centrales a la hora de ofrecer un panorama verdaderamente amplio de la producción de los años sesenta. Muchas de ellas fueron, además,el epicentro de algunos hitos del arte argentino de estos años. En 1961, la Galería Lirolay inauguró la muestra de Arte destructivo, con obras de Kenneth Kemble, Enrique Barilari, Jorge López Anaya, Luis Wells. Antonio Segui y Silvia Torras. En 1965, la Galería Rubbers trajo una muestra de obras de Andy Warhol a la Argentina. La Galería Van Riel fue sede de la exhibición Homenaje al Viet-Nam de los artistas plásticosen 1966, una amplia muestra colectiva que puso en evdiencia la creciente politización de los artistas hacia finales de la década. En 1969, la Galería Bonino presentó la primera muestra de obras artísticas realizadas con una computadora, Arte y cibernética, organizada por el Centro de Estudios de Arte y Comunicación (luego CAYC), con trabajos de Eduardo MacEntyre, Miguel Ángel Vidal, Osvaldo Romberg, Luis Fernando Benedit, Antonio Berni y Ernesto Deira. Por estos espacios circularon también numerosos artistas que no encajaban en los lineamientos de las miradas internacionalistas adoptadas por la mayoría de las instituciones, como Carmelo Carrá, Néstor Cruz, Nelson Blanco, Laura Mulhall Girondo, Víctor Chab, Blas Vidal, Hugo de Marziani, Luis Gowland Moreno, Jorge Demirjián, Martha Peluffo, Noé Nojechowicz, Jorge Tapia o Miguel Caride, entre muchos, muchos otros.
De ahí que sea tan importante reformular las crónicas que todavía circunscriben el arte argentino de esa época a la actuación de unas pocas instituciones oficiales. A sesenta años de los sesenta sigue siendo necesario volver a revisar el período para devolverle su vitalidad inabarcable, desbordante y plural.
¡Los '60 qué años felices!
Pero no sólo para mí significaron felicidad, sino también para muchas personas. Parafraseando al gran Hemingway: “Buenos Aires era una fiesta.”
Por entonces gobernaba Arturo Frondizi . Un presidente que había surgido del voto popular y que en su meta tenía el desarrollo industrial del país. Aunque tenía muchos partidarios y apoyo popular, su autoridad se fue minando por algunos errores cometidos y también algunos actos que no fueron errados pero que provocaron enojo al Establishment. En esa época cobró una popularidad muy grande en Instituto Di Tella, dirigido en su parte de artes visuales por Jorge Romero Brest. En este Instituto, que fue indispensable para el desarrollo de nuestros artistas, no solo se exhibieron las nuevas generaciones que surgieron a partir de esa época sino también se conocieron a muchos artistas importantes del extranjero. Adoptó también una forma comercial interesante y novedosa en el mercado de arte: el l leasing, mediante el cual los coleccionistas o interesados podían “alquilar” las obras pagando una cuota mensual. Y si posteriormente decidieran comprarla se les descontaba lo que habían pagado hasta ese momento por el alquiler de la obra, abonando el resto de su valor
Así surgieron los nombres de los artistas como Rómulo Macció, De la Vega, Deira, Noé, Muchnik, Alberto Greco, entre muchísimos otros.
La popularidad del Di Tella hizo que el público comenzara a habitar otros espacios que hasta ese momento eran privilegio de los coleccionistas: la galería de arte. Fue ahí que se abrió paso el desarrollo extraordinario del mercado de arte como antes no había existido y al mismo tiempo motivó el interés popular y la gente empezó admirar cosas que nunca antes habían sido presentadas en las galerías y museos. De esta manera, se amplió la mirada sobre las artes plásticas contemporáneas. Las galerías de arte más importantes de Buenos Aires comenzaron a abrir las puertas a los nuevos movimientos y los marchands apostaron con nuevas expectativas a estas expresiones que antes no estaban en el plano comercial. Cabe destacar las galerías que apoyaron el arte contemporáneo como Bonino, Peuser, Lirolay entre otras.
También me gustaría mencionar algunas personalidades como Laura Buccelato qué empezó su actividad con Art Gallery y culminó siendo Directora del Museo de Arte Moderno. También Julia Lublin con su galería y Federico Klemm.
Como ustedes sabrán las menciones que uno hace se apoyan y dependen de la memoria que tiene de esas personas o instituciones y realmente siempre hay omisiones u olvidos por eso pido las disculpas del caso.
Enrique Scheinsohn